Crecí creyendo que Brasil debía tener siempre un gran nueve, como si fuera un contrato firmado con el destino. Sin firma oficial: más bien un acuerdo verbal en el que ambas partes estaban interesadas. Por un lado, Brasil se beneficiaría de sus goles, y por otro, el mundo disfrutaría con jugadores de ese calibre. Por eso no dejaban de salir talentos. No podía ser de otra manera cuando ganas el Mundial de Estados Unidos con Romário y Bebeto como delanteros y en la recámara aguarda un joven Ronaldo de 17 años, que estaba a punto de convertirse en el mejor futbolista del mundo. Pero no acababa ahí la nómina de delanteros: Edmundo, Viola o Túlio (Túlio Maravilha, para ser exactos) esperaban también su turno para trasladar los goles en sus clubes a la canarinha. Por suerte para ellos estaba la Copa América: un año después del mundial estadounidense, Edmundo y Túlio ocuparon la delantera verdeamarelha, aunque cayeron en la final por penaltis ante la anfitriona, Uruguay, liderada por Enzo Francescoli.
Pero había más: delanteros que se hartaban a meter goles en Europa como Elber, Sonny Anderson o Mario Jardel (Super Mario Jardel) quedaban relegados a un segundo plano por la enorme competencia que había en la zona ofensiva de la selección brasileña. Por eso, para mí fue un shock cuando Brasil acudió como anfitriona al Mundial de 2014 con Fred y Jo como delanteros. Por el camino se habían quedado, por lesiones y problemas personales, grandes atacantes como Pato y Adriano que estaban llamados a suceder a sus precursores y cuyos primeros años en Italia habían resultado realmente prometedores.
Pero volvamos atrás en el tiempo: era el año 1988 y el PSV de Hiddink y Ronald Koeman acababa de reinar en la Copa de Europa tras derrotar al Benfica en la tanda de penaltis. Había que hacer fichajes a la altura de todo un campeón continental y se lanzaron a por el brasileño Romário, figura en los Juegos Olímpicos de Seúl y goleador del Vasco da Gama: uno de los talentos emergentes del fútbol mundial. Lejos de sospechas sobre su adaptación, su impacto fue inmediato y durante cinco años se dedicó a marcar goles en las porterías neerlandesas, nada menos que 98 en 109 partidos. Otros tiempos: hoy apenas habría durado una temporada en la Eredivisie, si es que habría llegado allí.
El caso es que el Barcelona buscaba delantero para acompañar a Stoichkov tras no haber podido reeditar la Copa de Europa conquistada un año antes, y a buen seguro que Cruyff tenía echado el ojo a un futbolista que no paraba de marcar goles en su país, aunque a priori no casase mucho con sus ideas. Pero ¿qué filosofía podría resistirse a los goles de Romário? Un futbolista de dibujos animados, como dijo Valdano. Su primera temporada en el Camp Nou fue estratosférica: 30 goles en 33 partidos que le valieron el trofeo Pichichi y ayudaron al Barcelona a ganar la liga. No brilló tanto en Europa (un año antes había sido máximo goleador con el PSV), donde el club azulgrana llegó a la final pero fue arrollado por el Milan de Fabio Capello.
Al término de la temporada, Romário se proclamó además campeón del mundo con Brasil y fue elegido mejor jugador del campeonato. Mal no estuvo su año. Pero entonces comenzaron sus problemas en Barcelona: la morriña, sus diferencias con Cruyff…
Un fenómeno aparece en Eindhoven
¿Y el PSV? En el club de la Philips repitieron estrategia y no pudo salir mejor: un año después de la salida de Romário volvieron al mercado brasileño y allí encontraron a un joven de 17 años que brillaba en el Cruzeiro y que ya había sido campeón del mundo, aunque no llegara a debutar. No obstante, aquello fue todo un aprendizaje para el joven Ronaldo junto a delanteros consagrados, como él mismo afirmaba entre risas: “aprendí mucho de Romário y Bebeto. Los dos fueron una inspiración para mí, aunque Romário fuera un hijo de p… porque obligaba a los jugadores jóvenes a limpiarle las botas o a traerle cafés”.
Como hiciera su compatriota en su día, no tardó nada en brillar en los Países Bajos. 30 goles en 33 partidos fueron su carta de presentación, con la que dejó con la boca abierta a todo el continente. Al año siguiente tuvo problemas con las lesiones que le impidieron disputar un buen número de partidos, pero cuando lo hizo brilló de igual manera.
Cabe decir que, en aquellos años, se repetía a menudo un mantra por el cual a las estrellas brasileñas les venía mejor aterrizar en Europa en un club de menor exigencia para adaptarse y después dar el salto a otro más grande. Pasó con Romário y Ronaldo en el PSV, con Rivaldo en el Deportivo o con Ronaldinho en el PSG. Se podría decir que Kaká rompió la tendencia al fichar por el Milan.
Revolución en el Barcelona
El Barcelona andaba a la deriva desde aquella fantástica primera temporada de Romário: el Madrid de Valdano y el Altético del doblete le habían arrebatado la hegemonía en España, y la era de Cruyff en el banquillo daba sus últimos coletazos entre malos resultados y extrañas decisiones (Escaich, Korneiev…). Tras ganar el mundial, Romário se empecinó en volver a Brasil e hizo lo imposible para ello, propósito que alcanzó en el mercado de invierno cuando fichó por el Flamengo. Al término de aquella temporada, Cruyff fichó a Kodro para la punta de ataque, pero el bosnio no repitió el buen rendimiento mostrado en San Sebastián. Tras otra temporada nefasta, el Barcelona inició una revolución: Cruyff dejó el banquillo, Bobby Robson ocupó su lugar y se llevó a cabo una amplia renovación de la plantilla que incluía a Ronaldo Nazario.
Fernando Couto, Blanc, Luis Enrique, Pizzi, Vítor Baía… fueron varios los fichajes de renombre en el club azulgrana aquel verano, pero la joya de la corona fue el delantero procedente del PSV, por el que pagaron 2500 millones de pesetas. Como hiciera en el club holandés, no sólo ocupó el lugar de Romário sino que lo hizo superando las expectativas, pero más allá de eso, protagonizó una de las mejores campañas individuales que se le recuerdan a un futbolista, con poco o nada que envidiar a las de Messi o Cristiano Ronaldo. Una temporada propia de un Balón de Oro, en definitiva, galardón que se llevó después de aquella temporada. Pero un año después, ante la sorpresa de todos, no alcanzó un acuerdo para la renovación con el presidente Núñez y salió rumbo a Italia para vestir la camiseta del Inter.
Y de nuevo hacemos otra parada en Eindhoven: ¿qué hizo el PSV tras la marcha de Ronaldo? Exacto: fichar otro delantero brasileño. Aunque lejos del nivel de Romário y Ronaldo, Marcelo Ramos no hizo una mala temporada, pero sólo estuvo un año en el Philips Stadion antes de regresar a Brasil.
La temible dupla Ro-Ro
Tras ganar el Mundial de Estados Unidos, Parreira dejó el cargo de seleccionador y fue sustituido por Mario Lobo Zagallo, que dejó fuera de la selección a Romário alegando que quería probar jugadores más jóvenes. Así las cosas, O Baixinho no regresó a la canarinha hasta 1997, y lo hizo a lo grande marcando un buen número de goles y con títulos bajo el brazo. Evidentemente, Ronaldo ya era entonces un fijo en el ataque de la selección, por lo que se juntarían dos de los grandes delanteros de la historia de Brasil: la conocida como dupla Ro-Ro.
La Copa América de 1997, disputada en Bolivia, resultaría ser testigo de esta temible pareja de ataque, cuando ambos llevaron a Brasil hacia el título tras derrotar en la final a la anfitriona. Ronaldo acabó el torneo con cinco tantos y Romário con tres, aunque este último no pudo disputar la final por una lesión sufrida ante Perú en semifinales. Su lugar lo ocupó Edmundo, que abriría el marcador ante Bolivia.
De esta forma, Ronaldo pasó de reemplazar a Romário a compartir ataque con él. Pero una cosa era dejar su sitio y otra perder el puesto, y Romário no estaba por la labor: “Antes de la Copa América en Bolivia, Romário me dijo un día: ‘prepárate que esta noche salimos, ven conmigo y no te preocupes’. Había preparado una escalera para saltar el muro del hotel y tenía un taxi esperando. Volvimos a las cinco de la mañana y en el entrenamiento del día siguiente estaba muerto. Entendí que Romário estaba tratando de cansarme para quitarme el sitio”.
Pero no fue el único título conquistado aquel año: Brasil participó en la Copa Confederaciones disputada en Arabia como campeona del mundo, y fue la excusa perfecta para otra exhibición de la Ro-Ro. Tras liderar su grupo por delante de Australia, México y Arabia, Brasil derrotó a la República Checa de Nedved, Bejbl y Poborsky (que acudió al torneo como sorprendente subcampeona de Europa tras la renuncia de la campeona, Alemania) por 2-0, con un tanto de Ronaldo y otro de Romário. Y en la final, de nuevo ante la Australia de Kewell y Viduka, llegó la obra maestra de la Ro-Ro: Bosnich, entonces guardameta del Aston Villa, encajó un hat-trick de cada uno.
El mundo del fútbol se frotaba las manos para el Mundial de Francia al año siguiente. No obstante, Zagallo decidió dejar fuera a Romário aduciendo problemas físicos del delantero, aunque todo parecía indicar que había sido una decisión del técnico y también del legendario Zico, entonces asistente y con el que Romário no tenía buena relación. Un conflicto que siguió dando que hablar durante años y que nos privó de ver a la Ro-Ro en un mundial. El lugar de Romário lo ocuparía finalmente Bebeto.
Han cambiado muchas cosas desde entonces: los futbolistas brasileños ya no tienen morriña, dan el salto a Europa cuanto antes debido a la urgencia de los clubes por captar jóvenes talentos y no hacen falta equipos puente como lo fue el PSV para Romário y Ronaldo. Y lo más complicado de todo: encontrar dos delanteros como ellos.