Algo pasó aquel día de junio del 2000 cuando se equipara, entre los mejores momentos vividos con la selección, un gol que sirvió para clasificar a cuartos de final con ganar un Mundial o una Eurocopa. El gol de Torres, el gol de Iniesta… el gol de Alfonso. Sucedió que aquel día se jugó un buen partido contra la entonces denominada Yugoslavia, hoy Serbia, pero las cosas se fueron torciendo y España estuvo siempre a remolque en el marcador. Hacía falta ganar para pasar a cuartos, y en el minuto 90, los pupilos de Camacho perdían 3-2. Entonces sucedió lo imposible.
Tras su buen hacer como técnico en el Rayo Vallecano y el Espanyol, a los que subió a primera, José Antonio Camacho relevó a Javier Clemente tras la turbulenta etapa, pero repleta de buenos resultados, del técnico vasco al frente de la selección. El exfutbolista del Madrid cogió a un equipo en barrena tras la eliminación en la fase de grupos del Mundial de Francia y la dolorosa derrota posterior en Chipre, que era el primer partido de clasificación para la Eurocopa de Bélgica y Holanda. Pero la reacción fue impecable: siete victorias en siete partidos, incluida una memorable goleada a Austria en Mestalla por 9-0, de los que cuatro fueron de Raúl.
Inicio complicado ante Noruega
España llegaba lanzada a la Eurocopa, pero de primeras, los pies bajaron al suelo: derrota con Noruega en el debut con aquel gol en el que Molina salió mal. El entonces portero del Atlético, que ya había tenido un año complicado con el descenso a segunda, perdería el puesto para el segundo partido y no volvería a jugar con la selección tras un recordado y extraño debut como interior izquierdo tres años antes, precisamente ante los nórdicos, que fueron principio y final de su trayectoria como internacional. Comenzó a remontarse la situación en el siguiente encuentro al derrotar a la Eslovenia de Zlatko Zahovic, que marcó el gol de los suyos, hizo un buen torneo y al año siguiente jugaría en el Valencia. Raúl y Etxeberria fueron los goleadores españoles.
Así las cosas, España llegó con opciones a la jornada final, pero apurada: jugaba contra Yugoslavia, el rival más duro del grupo. Un equipo fuerte y técnico con muchos conocidos de la liga española: Mijatovic, Milosevic, Jokanovic, Djukic, Djorovic, Jugovic… (este con un breve paso por el Atlético tras una exitosa trayectoria en Italia) más los Mihajlovic, Stojkovic o Drulovic. Poca broma. Estaban dirigidos además por una leyenda de los banquillos como Vujadin Boskov, fútbol es fútbol, en la que sería su última aventura como técnico tras una larga carrera que incluyó Zaragoza, un título de liga con el Madrid o Sporting.
Sin Fernando Hierro
Disputado en el Jan Breydel de Brujas, y con una dupla mítica de la televisión española como José Ángel de la Casa y Míchel en la narración y comentarios, el partido comenzó a disputarse en la grada con una pitada monumental en ambos himnos, así estaban las cosas. Camacho hizo varios cambios en el XI: uno obligado, el de Paco Jémez por Hierro, que se había lesionado en un entrenamiento. Un año complicado para el malagueño, que ya se perdió el tramo decisivo de la temporada con el Madrid y cuya lesión dio lugar en Chamartín a aquella defensa de tres centrales con Helguera, Iván Campo y Karanka.
Cañizares seguiría en la portería tras relevar a Molina en el segundo partido: sería su único torneo de selecciones como titular. Por su parte, Sergi sustituiría a Aranzabal en el lateral zurdo y Helguera haría lo propio por Valerón en el centro del campo para darle más equilibrio.
El partido comenzó trabado, digno de la tensión de ambas escuadras: aunque lideraba el grupo, tampoco podía relajarse Yugoslavia, que había empatado con Eslovenia y ganado a Noruega. Pero no tardó demasiado España en hacerse con el control del partido: en ello tuvo mucho que ver un gran Guardiola, el cerebro del equipo que siempre buscaba la mejor salida y el pase vertical, además de encargarse con efectividad del balón parado. Y también Mendieta, que partía de la derecha pero buscaba constantemente el centro para crear y asociarse. Tras la pronta lesión de Fran y la entrada de Etxeberria, el del Valencia pasó a la izquierda, pero haciendo exactamente lo mismo, buscar la zona de tres cuartos.
No fue el único cambio antes de tiempo: en Yugoslavia se lesionó Djorovic, buen central del Celta que jugaba de lateral en la selección por falta de especialistas. En su lugar entró otro conocido más como era el mallorquinista Jovan Stankovic, extremo zurdo de buen pie que tuvo que retrasar su posición por las circunstancias.
Fue el torneo de Milosevic
Y sin embargo, cuando mejor jugaba España, Yugoslavia se encontró con el primer gol: Míchel Salgado abandonó su posición y el veloz extremo Drulovic aprovechó la vía libre para buscar un centro que encontró la cabeza de Milosevic, especialista del remate como bien supieron en el Zaragoza, Osasuna o Espanyol y que acabó aquel torneo como máximo goleador junto a Patrick Kluivert con cinco tantos. Marcó en todos los partidos que disputó.
El encuentro volvió a embarullarse y Yugoslavia no escatimaba en intensidad: si Jokanovic ya había mandado fuera del partido a Fran por un codazo, ahora Komljenovic le daba una patada a Mendieta, el árbitro le perdonaba la segunda amarilla, Stojkovic gestualizaba que el español se había tirado y Camacho se las veía en la zona técnica con el cuarto árbitro. Una batalla.
No obstante, España volvió a lo suyo y encontró premio: tras un buen movimiento, Alfonso se acomodó para el remate con la zurda y empató el encuentro. No se quedó ahí la reacción, aunque Raúl y Etxeberria fallaron las ocasiones de las que dispusieron. El madridista eligió para este torneo, en lugar de su 7 habitual, el número 10, y lo llevaba a la espalda y en la lista de tareas: no tuvo su día con el gol, pero bajaba con frecuencia a recibir a la mediapunta y todo lo que hacía tenía sentido y llevaba peligro.
Govedarica y Munitis revolucionan el partido
Se llegó con empate al descanso, y tras este hubo cambios importantes en ambos equipos: Govedarica entró por Jugovic en el centro del campo yugoslavo, y su entrada, cuya principal misión era tapar la salida de Guardiola, tuvo un gran impacto en su equipo. Recuerdo que se dijo que el Racing estuvo cerca de ficharlo tras su buena Eurocopa, pero no acabó por cerrarse. Y hablando del conjunto cántabro, Munitis, que había sido convocado tras su buena temporada en El Sardinero y su dupla con Salva Ballesta, sorprendente máximo goleador de la liga aquel año, entró por Míchel Salgado, con lo que Mendieta pasó al lateral derecho. Este cambio desnaturalizó un poco al equipo al alejar a Mendieta del balón, pero la entrada de Munitis fue esencial.
Fue el turno entonces para un minuto frenético: Drulovic, que se había cambiado de banda, volvió a cocinar el gol de los suyos al entrar en diagonal desde la derecha y ceder a Govedarica, cuyo buen remate desde la frontal del área pilló desprevenido a Cañizares. Yugoslavia volvía a adelantarse, pero no tuvo más que segundos para celebrarlo: Mendieta y Etxeberria elaboraron una jugada desde la derecha que acabó en la zurda de Munitis, quien, también desde el borde del área, esquinó el balón con un toque sutil al que Kralj sólo pudo mirar.
Poco después, Jokanovic vio la segunda amarilla al sólo poder derribar a Munitis con falta. El racinguista fue un diablo: marcó un gran gol y volvió locos a los yugoslavos. Se ganó la titularidad para cuartos, donde fue un quebradero de cabeza para Thuram. Tan caldeados estaban los ánimos en la grada que un hincha yugoslavo saltó al campo a reprocharle al árbitro la expulsión del entonces deportivista. Se vieron perfectamente sus protestas: eran otros tiempos.
Yugoslavia, con uno menos, vuelve a adelantarse
Se le ponía el partido de cara a España y Camacho se vino arriba: metió al ariete Urzaiz por el central Paco, con lo que Helguera bajó a la defensa. No obstante, Yugoslavia seguía sobreponiéndose a la adversidad: España perdió control en el medio y los de Boskov volvían a adelantarse tras una falta botada por Mihajlovic en la que, tras varios rebotes y desajustes defensivos, Govedarica asistió a Komljenovic para que marcase el tercero. Por difícil que pareciera al ver lo que ocurría en el césped, Yugoslavia volvía a adelantarse a falta de un cuarto de hora.
España tuvo ocasiones para empatar en los pies de Guardiola o Alfonso, pero llegó el minuto 90 y España perdía. En el otro partido, Noruega y Eslovenia empataban a cero. Hacía falta ganar para pasar a cuartos, una quimera. Los de Camacho asediaron el área a la desesperada, Urzaiz centró al área, el mundo al revés, y encontró la cabeza de Alfonso, cuyo remate fue mal despejado por Kralj; Raúl recogió el balón, envió el balón al área pequeña y Govedarica, que había hecho un gran segundo tiempo, cometió un penalti evitable al agarrar y derribar a Abelardo. Mendieta no falló desde los 11 metros (rara vez lo hacía) y mantuvo viva la esperanza.
Guardiola, Urzaiz y Alfonso
Hacía falta otro. Yugoslavia se cerró atrás y España se empeñó en tirar centros y rifar el balón. Con la práctica totalidad de los jugadores en el área yugoslava, Guardiola cogió el balón en el centro del campo, no sin antes hacerse un pequeño lío, lo envió a la opción más segura por alto, la de Urzaiz, quien lo bajó a un Alfonso que entraba desde atrás hacia el área, sigiloso, sin que nadie reparara en su presencia. El del Betis observó la trayectoria del balón, tuvo en cuenta el bote, preparó la volea con la zurda y remató junto al poste derecho de Kralj, donde el guardameta tendría imposible llegar. La euforia se desató en el campo, en la grada y el banquillo: España había consumado la remontada y pasaba a cuartos como primera de grupo, escoltada por una atónita Yugoslavia.
Tras el pitido final, aún hubo tiempo para más: otro aficionado yugoslavo saltó al campo para protestar al árbitro, demostrando que la seguridad no estaba funcionando muy allá. En otra recordada imagen de aquel encuentro, Alfonso le frenó en su camino al colegiado: qué no hizo el delantero madrileño aquel día.
En cuartos esperaba Francia, la de Zidane y Henry, entonces campeona del mundo pero que pasaba como segunda de grupo al no haber podido superar a la anfitriona, Países Bajos. Pero esa era otra historia: tocaba celebrar la victoria en un partido para el recuerdo.