El periodo de adaptación es un concepto muy manido en el mundo del fútbol porque, en esencia, puede servir como elemento de excusa, coartada o argumento a la hora de evaluar el rendimiento de un futbolista. Hay jugadores que llegan a un nuevo club y se aclimatan en un visto y no visto; hay otros a los que les cuesta despegar más —en este sentido, hay una regla no escrita que sitúa dicho periodo en una temporada— y después existe el extraño caso de Ousmane Dembélé, que ha necesitado seis temporadas, seis, para demostrar que las expectativas que despertó su fichaje por el Barça, de un modo u otro, estaban justificadas.
Dembélé llegó al Barça en 2017 a cambio de 105 millones fijos y otros 40 en variables cuando todavía era un proyecto de crack. Tenía 20 años y llegaba a un Camp Nou huérfano de una de sus estrellas, Neymar, por el que el PSG pagó su cláusula de 222 millones de euros. Huelga decir que en el fútbol hay más proyectos de crack —cada vez más, y cada vez más jóvenes— que cracks en su estado vital de madurez. Es decir, hay más jugadores que se quedan en el camino de lo que pudo haber sido y no fue, que futbolistas que acaban siendo diferenciales y marcando un antes y un después en este deporte.
Y a Ousmane, en un fichaje envuelto en las urgencias de una junta directiva del Barcelona que por entonces trataba de tapar el sol con un dedo mientras pagaba verdaderas fortunas por jugadores que jamás rindieron, quizá le sucedió que llegó demasiado joven a la Ciudad Condal. Con un precio fuera de mercado, con un talento descomunal pero encerrado en la crisálida y con la típica edad en la que, como el éxito te coja mal aconsejado, puedes arruinar tu carrera deportiva en un visto y no visto, el francés podemos decir que pasó sus cuatro primeras temporadas a caballo entre la inadaptación, la indisciplina… y las lesiones.
Hasta que al banquillo del Barça llegó Xavi Hernández… a finales de 2021. Ni Ernesto Valverde, ni Quique Setién, ni Ronald Koeman supieron reconducir la carrera hacia ninguna parte hacia la que se precipitaba el Dembo. Muy probablemente, porque la voluntad del jugador tampoco acompañaba. Sin embargo, cuando Xavi llegó como técnico al Camp Nou, una de las primeras cosas que dijo fue que Dembélé “bien trabajado, puede ser el mejor del mundo en su posición”. Para entonces, en su último año de contrato y tras una frustrada salida en verano por culpa de su enésima lesión, Dembélé ya mostraba en su fútbol evidentes síntomas de brotes verdes.
Los resultados en la Liga Santander fueron llegando y el Barça pasó de la novena posición en la tabla a terminar subcampeón. Entre medias, la ardua negociación por su renovación, que dividía al barcelonismo pero que tenía clara su nuevo principal valedor: Xavi. E incluso Dembélé fue apartado del equipo ante la negativa de prolongar su continuidad, tratando el Barça de deshacerse de sus servicios en el mercado de invierno de 2022. Mateu Alemany, director deportivo de la entidad barcelonista llegó a declarar a 11 días de que terminara el mercado invernal que “Dembélé debe salir de forma inmediata” bajo el argumento que en la plantilla únicamente quería futbolistas comprometidos con la causa.
Dembélé logró dar un giro de 180 grados a su situación gracias a la confianza de Xavi, que apostó ciegamente en sus posibilidades, y su respuesta sobre el verde. Pasó de los pitos en el Camp Nou a los aplausos mientras su renovación seguía en el aire. Al final, y contra pronóstico, el internacional galo terminó aceptando la propuesta del Barça una vez su contrato ya había expirado, en pleno mes de julio, y cuando probablemente la paciencia de algún directivo como el citado Mateu Alemany, había tocado techo. Rebajó sus pretensiones, se adaptó a la nueva escala salarial que ha impuesto desde su llegada Joan Laporta y, a sus 25 años, está más cerca que nunca de completar su mejor temporada desde que llegó al Barça.
Y es que Dembélé es otro. No es el mismo imberbe al que probablemente le pilló por sorpresa el éxito, el dinero o la fama. Y tener que ser el sucesor de Neymar. El Dembo sigue siendo impredecible, para bien y para no tan bien, pero parece haber encontrado el equilibrio que le faltó a su llegada. Sus números (8 goles y 7 asistencias en 27 partidos), sus actuaciones y su desequilibrio, esta vez sin la sombra de las lesiones acechando, le han convertido en la pieza indispensable de Xavi en la propuesta ofensiva de su Barça. El proyecto de crack que llegó ha roto la crisálida para confirmar que, como dijo su entrenador nada más llegar, “bien trabajado, puede ser el mejor del mundo en su posición”. Aunque sea en su sexta temporada de blaugrana, valió la pena la espera.